No es difícil enjuiciar la obra de Ayén porque está realizada dentro de lo que podríamos denominar encuadre poético. Y aunque pueda resultar banal, está muy lejos de ello. La contemplación de cada uno de los cuadros de esta pintora –no importa el tema elegido- es una clara definición de su preferencia por determinados colores. Y lo importante es el tratamiento que otorga a cada uno de ellos. Porque tal y como los rescata de la paleta los va plasmando en el lienzo. El resto es tarea del encuadre poético al que nos referíamos.

Mucho antes de que el carboncillo ejerza su función preliminar de trazar los rasgos elementales para llevar a cabo su propósito, esta artista ya está impregnada de un cromatismo que solo es capaz de cobijarse en un lugar en el que sea considerado en todo lo que representa.

La prueba más evidente de que Ayén no se siente cohibida ante el problema a resolver, es que no desecha arriesgar su intelecto sutil y delicado para afrontar la prueba que le presentan unas flores, un bodegón, una naturaleza muerta, un caballo o una puerta. Y esta pintora, que no se retrae tampoco a la hora de apropiarse de todo cuando le puede resultar beneficioso, en el momento de rescatar de lo real todo lo idílico, dispone de los argumentos y capacidad suficiente para mostrar su seguridad cuando de fijar el color y dejar constancia de su impronta, se trata.

ALFREDO ARACIL
Periodista, Escritor, Crítico de Arte.

 

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